¿ Pareciera que el
espectador está exento de lo que al Arte concierne, y de que su función es sólo
la de juez escrutador que acepta o rechaza, basado en cualquier
argumento.
En la oleada de conceptos e ismos, en la marejada de críticas
y estilos, de géneros, preceptos, corrientes y mitos, en esta nuestra
modernidad, el espectador opta por lo más sencillo, se mantiene al márgen y
adopta la cómoda posición de quien no participa. Sólo juzga y consiente o
inpugna, dirigido por juicios ajenos como los de la moda, la demanda o la
crítica.
El espectador precisamente por no participar en el proceso
artístico tiene una responsabilidad y compromiso de igual valía que la del
Artista, pero en sentido contrario. De fuera hacia dentro.
Es una
responsabilidad y compromiso pues en él estriba la apoteosis, la culminación de
lo que implica el Arte. La posibilidad del epílogo. Del colofón en su intención
central de encontrar un eco, un reflejo, una respuesta, una reacción. De no
perderse en la nada, en la soledad callada. La función del espectador, es la
exaltación que hace culminar la primera instancia que evoca aquella necesidad
interior nacida en el corazón del Arista.
Es el Espectador, el que
coadyuva al cometido del Arte. Le da vida, sentido. Triangula aquello energético
entre el Artista, la Obra y él, el Espectador, Lector, Oyente, el Público, que
en sí es un representante del mundo exterior, es el quien propicia la triada al
final del camino. Eso es lo que le dá valía al Arte. Y es precisamente el
Arte, lo que nos da, esa característica especial de
Humanidad.